Hemos hablado de nobleza como miembros del Reino de Dios: pertenecemos a la realeza de Cristo. Y eso es un gran privilegio.
Pero cuando decimos qué persona tan noble es ésa, estamos hablando de nobleza en otro sentido. Más o menos significa qué buena es esa persona.
La nobleza es una virtud del corazón. Es una virtud que incluye -entre otras cualidades- magnanimidad, generosidad, suavidad, paciencia, amabilidad, tolerancia … Como vemos, todo un programa de verdadero amor a los demás. “Ámense intensamente unos a otros con corazón puro” (1 Pedro 1, 22).
¿Podemos lograr tal altura en virtud a través de nuestros propios esfuerzos? Imposible. Pero la nobleza como virtud es algo que Dios en Su infinita Misericordia puede derramar en nuestra alma.
Vivir la virtud de la nobleza exige humildad en el corazón y en nuestra actitud hacia los demás.
Tenemos muchos ejemplos en nuestras vidas de cómo ser una persona noble. Sabemos que es fácil amar a aquéllos que nos aman, que es fácil perdonar a los que amamos. Mucho más difícil es amar a aquéllos que no son nuestros amigos.
¿Y en cuanto a aquéllos que son nuestros rivales o aquéllos con quienes tenemos desacuerdos? ¿Podemos ser nobles con ellos?
¿Y qué tal con aquéllos que nos han hecho daño? Todos hemos sido heridos por alguien y nuestra tendencia natural es estar resentidos contra esa persona. ¿Podemos ser magnánimos, tolerantes, amables y pacientes con ésos?
Al rezar el Padre Nuestro recordamos continuamente la actitud correcta hacia aquéllos que sentimos nos han herido: “perdónanos como nosotros perdonamos”.
Debemos aproximarnos a la persona que nos ha hecho daño y verla con los ojos de Jesús, que nos ama a ambos. Esto pueda que sea lo contrario de lo que queramos hacer, pero debemos confiar que Dios nos dará la virtud de la nobleza en estos casos.
Jesús nos llama a una vida de nobleza, una vida de caridad hacia todos los suyos. A través de este amor, la gente verá a Jesús, y también ellos querrán seguir a Jesús y querrán también ellos ser personas nobles.
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