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Que Yo Disminuya

El orgullo es mi mayor obstáculo para la santidad, el cual actúa como león rugiente (1 Pe 5, 8), que me impide someterme a la Voluntad de Dios.


Un buen amigo me recomendó rezar las Letanías de la Humildad del Cardenal Merry del Val. Cada letanía me hace renunciar a todo lo que nuestra cultura me dice que debo lograr. Aún cuando evangelizamos, es fácil caer en la trampa de la falsa humildad. Y con esto llegamos a la más difícil de las letanías: “Que los demás sean más santos que yo, siempre que yo me santifique debidamente”.


Esta sociedad voluntarista nos enseña a voluntariamente tratar de lograr lo que deseamos en la vida, incluida la santidad. Y esto puede ser una combinación pecaminosa.


Me viene a la mente la escena de los discípulos discutiendo sobre quién iba a ser el más importante en el Cielo y Jesús les da una lección de humildad (Lc 9, 46-48).

También observo a Santa Teres de Calcuta, que pedía a Dios que SU sufrimiento beneficiara a otros. Y Santa Teresita del Niño Jesús, cuando reconocía que ella no podría llegar a ser como los “grandes santos”, pero que estaría contenta siendo solamente una florecita que Jesús tomaría cuando El quisiera.


Estas formas de oración me resultan muy difíciles. Yo quiero que mi sufrimiento beneficie MI alma. Quiero ser el más santo de todos. Sin embargo, un corazón puro desea sólo lo que Dios desea para uno.


Pero es que además la humildad no puede lograrse a voluntad. Un corazón realmente humilde sabe que la verdadera humildad viene por gracia de Dios y por nuestra respuesta a esa gracia.


Humildad es liberar el alma de todo deseo voluntarista, reconocer que somos creaturas de Dios, y que dependemos totalmente de El.


La más humilde de las creaturas, la Santísima Virgen María, nos enseñó en la Anunciación a ofrecer nuestra humildad al Señor. Sólo así seremos liberados del pecado de orgullo.


San Juan Bautista también nos enseña una gran lección:


“Es necesario que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30).


Así, orando como él decimos:


Que yo disminuya y Tú crezcas, Señor.

Que yo me opaque y Tú brilles.

Que yo desaparezca y Tú te muestres.

Que yo me esconda y seas Tú el Único que luzcas.





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