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Pertenecemos a la Nobleza De Dios


Los que reconocemos a Jesucristo como nuestro Señor y nuestro Dios tenemos la bendición de pertenecer a la Nobleza de Dios. Hemos sido elegidos para ser Sus hijos e hijas adoptivos.


Se dice muy fácilmente que somos hijos de Dios. Pero ¿hemos reflexionado bien lo que implica este privilegio? Tal como un príncipe o una princesa heredan la realeza, sin haber hecho nada de su parte, excepto el haber nacido de un rey y una reina, así nacemos nosotros para formar parte de la nobleza del Reino de Dios y tenemos una dignidad especial como Sus hijos.


Y es sólo por la Misericordia infinita de Dios que formamos parte de Su Reino. Recordemos que no hemos hecho nada para merecer tal privilegio. Así que no podemos tomar Su Misericordia a la ligera.


Recordemos que Su Reino durará para siempre (Lucas 1, 33), lo cual significa que podemos formar parte de esta realeza por toda la eternidad.


“Bendito sea Dios, Padre de Cristo Jesús, nuestro Señor, que por su gran misericordia … nos dio una vida nueva y una esperanza viva … la herencia celestial … que no perece y que no se deshace con el tiempo” (1Pedro 1, 3-4).


De nuevo, como esa herencia no perece y no termina con el tiempo, podemos vivir como parte de la Nobleza de Dios por toda la eternidad.


Recordemos que no hemos hecho nada para merecer tal status. Pero, como parte de esta Nobleza Divina, sí tenemos algunas responsabilidades. Es nuestro deber vivir una vida merecedora de estos privilegios reales: principalmente llevar una vida esforzándonos por la virtud y rechazando el pecado.

Las virtudes que practicamos nos mantienen dentro de la Nobleza de Dios y contribuyen a llevar luz al Reino. “Vosotros sois la luz del mundo … Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mateo 5, 14 y16).


Pero si no cumplimos nuestras responsabilidades viviendo en pecado, llevamos oscuridad al Reino.


Pidamos, entonces, al Espíritu Santo en esta Fiesta de Pentecostés que nos conceda gracias especiales, para poder cumplir nuestras responsabilidades como parte de esta línea real de la Nobleza de Dios, llevando luz al Reino y así poder gozar por toda la eternidad de la herencia que Dios desea otorgar a Sus nobles hijos e hijas.


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