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El Suspiro de Amor


Cuando Dios creó a Adán, nos dice la Biblia, “luego sopló en sus narices un aliento de vida, y existió el hombre con aliento y vida.” (Gn 2,7). Meditemos sobre ese momento de importancia “vital”, imaginemos lo que podría haber ocurrido.


Dios es Amor y el Amor es lo que fluye de Él. Y a su vez, fuimos creados para amar a Dios.


Piensa en el instante del “soplo de vida”, ¿cómo sería ese momento? Quizás sería más bien una inhalación y exhalación profunda. Imagina un momento en el que todo el Amor que Dios quería transmitirnos se concentrara en un solo instante de suave aliento soplado en nuestra cara.


Hipotéticamente, imagina que Dios detiene el tiempo para concentrarse y reflexionar sobre lo que quiere transmitirnos. Luego, cerrando los ojos, inhala lentamente sintiendo alegría al saber que se está entregando para amarnos. Su corazón está total y alegremente lleno de todo lo bueno del universo. Entonces comienza a exhalar suavemente, llenando a Adán, el primer hombre, con una combinación asombrosa de vida, inteligencia, libre albedrío, un alma hermosa y la capacidad de amarlo a Él.


En ese momento, Adán abrió los ojos y vio por primera vez a su Creador. En ese momento Dios miró a ese hombre gentil, inocente y frágil con compasión y Amor más allá de cualquier límite. Ese primer momento en que la humanidad descubrió a Dios, el instante en que la humanidad sintió el amor por primera vez. Un momento de tanta dulzura que reverberó en la Creación como un tsunami de Amor.


La próxima vez que recemos, la próxima vez que meditemos, imaginemos el momento de nuestra propia creación. Imaginemos que Dios detiene el tiempo a nuestro alrededor para tener ese momento de intimidad. Imaginemos cuando Dios nos dio la vida, cuando nos dio la inteligencia, el alma y el libre albedrío, ese momento en el que nos dio la capacidad de devolverle el amor. Imaginemos que exhalamos y liberamos nuestro corazón de cualquier preocupación o responsabilidad. Luego, pongámonos frente al rostro de Dios mientras Él nos mira, nos ama y nos dice… mi querido y frágil hijo, ¡te amo! Entonces, respiramos profundamente para inhalar todo el amor de Dios que llena nuestro corazón de alegría. Y a cambio decimos: ¡Te amo sobre todas las cosas, Padre!

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