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¿De veras confías en Mí?


“Jesús, confío en Ti” es la rúbrica en la imagen de la Divina Misericordia. Pero … ¿no podría Jesús preguntarnos: de veras confías en Mí?

Confiar en Dios y en Su Divina Providencia es uno de esos conceptos que pueden decirse fácilmente, pero que son difíciles de vivir.

La verdadera confianza en Dios no puede practicarse sin darnos cuenta que somos totalmente dependientes de Él, que nos creó. Darnos cuenta de este hecho es el primer paso. El segundo consiste en verdaderamente creer esto, verdaderamente creer que no podemos vivir independientes de nuestro Creador.

Es cierto que Él nos dio la libertad. Pero este don se nos dio para usarlo uniendo nuestra voluntad a Su Voluntad…no al revés. Es decir: amar a Dios es confiar en Su Voluntad para nosotros. La libertad, entonces, es para nosotros amar a Dios libremente, porque no se puede amar a la fuerza.

Y no hay nada que temer, nada que perder, porque sabemos que Dios es Amor. Y lo único que viene de Él para nosotros es Amor. ¡Puro Amor!

Pero confiar no es sólo creer que Dios es confiable.

Confiar significa que dejo a Dios ser Dios, y yo soy Su creatura. Esto implica que El guía mi vida. El escribe el guión y yo lo sigo. Esto podría implicar que tal vez tenga que borrar el guión que yo me había escrito.

Confiar significa que de veras quiero decir lo que rezo en el Padre Nuestro: “Hágase Tu Voluntad” (no la mía) “así en la tierra como en el Cielo”.

Confiar implica que aún en el sufrimiento, clamo con Jesús en el Huerto: “No se haga mi voluntad, sino la Tuya” (Lucas 22, 42).

Confiar significa que puedo decir: “Como un pájaro en el árbol … Mi corazón es bien libre… Sin dinero para mañana, vivo día a día” (San Luis de Montfort).

Pero… ¿de veras confío en Jesús cuando no hay dinero para mañana? ¿De veras confío cuando dice: "No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?" (Mateo 6, 31). ¿De verdad creo que cuida de las aves del cielo y de los lirios del campo, y cuida también de nosotros?

Debiéramos creerlo, porque Él nos creó y Él conoce nuestras necesidades mejor que nosotros mismos. Y “mientras un alma más confía, más recibe” (Diario de Santa Faustina 1578).

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