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¿Cuál es el color de tu alma?


¿Cómo está mi alma cuando voy a comulgar? ¿De qué color es?


De más está decir que la hostia consagrada no es un símbolo y que lo que sucedió en la Última Cena no es un cuento. Al contrario, la Eucaristía es la fuente y el clímax de la vida cristiana.


Esa es nuestra fe Católica … y sin esta creencia, realmente no somos Católicos.

¿Nos damos cuenta que al recibir la Comunión nos convertimos en vasos que por un tiempo contienen a nuestro Señor? ¿No tenemos en nuestras indignas manos y sobre nuestras impuras lenguas a Jesús mismo?


En preparación para ese banquete celestial, revisemos –primero que todo- nuestras almas. Deben estar limpias de pecado: definitivamente libres de cualquier pecado mortal … y tan limpias como podamos de pecados veniales.


Entonces, ¿de qué color es nuestra alma? Debe estar vestida de blanco, el color de la pureza. Nuestra alma debe estar limpísima, sin mancha de pecado. Debemos tratar de vestir nuestras almas con el blanco más puro posible, similar a ese blanco de una fresca nevada alumbrada por los rayos del sol.


“Si alguno, pues, trata de no cometer las faltas de que hablo, será como vaso noble: será santo, útil al Señor, listo para toda obra buena.” (2 Tim 2, 21)


Pero revisemos también nuestros cuerpos. ¿Estamos vestidos apropiadamente para el mejor banquete en la tierra, la Santa Misa? ¿No nos vestimos bien para los banquetes terrenos? Entonces ¿por qué ir a Misa como si fuéramos para la playa? ¿Por qué usar vestimenta que hasta podría ser ocasión de pecado para otros?


¿Estamos guardando el ayuno estipulado de no comer ni beber nada que no sea agua por sólo una hora antes de comulgar? Por cierto, goma de mascar no es agua. Además de romper el ayuno requerido, ¿no se dan cuenta los masticadores de chicle que algunas partículas de la hostia consagrada –partículas que son ¡el mismo Jesús!- pueden terminar en el cesto de la basura con la goma de mascar?


Y cuando recibimos a Jesús en la mano, ¿las tenemos limpias, bien limpias? ¿Y nos fijamos de que no queden partículas de la hostia en la mano?


Debemos tratar de ser portadores limpios y dignos de Jesús. A cambio, Jesús nos convertirá en vasos de amor “listos para toda obra buena”.

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