Si alguien ha estado ante La Piedad –o aún visto fotografías de esta maravillosa escultura- uno no puede negar la abrumadora influencia que tiene sobre nuestros sentidos.
De pie allí, uno puede imaginar el dolor de nuestra Santísima Madre al tener a su Hijo muerto en sus brazos … cumpliéndose la profecía del viejo Simeón, su corazón traspasado por la espada de dolor (Lc 2, 35).
El talento inspirado por Dios al artista puede trascender la piedra fría para tocar nuestros corazones, haciéndonos sufrir con nuestra amadísima Madre.
Clavamos a Jesús en la cruz hace 2000 años, Pero continuamos clavándolo cada vez que contradecimos Sus enseñanzas, cada vez que pecamos.
Y cuando lo conservamos muerto en nuestros corazones -porque no nos arrepentimos y confesamos- dejamos a nuestra Santísima Madre sola, haciendo que ella continúe sosteniendo en sus brazos el cuerpo muerto de nuestro Señor, destrozado por nuestros pecados, nuestro rechazo y abandono.
Todos y cada uno de nosotros es templo del Amor de nuestro Señor, pero cuando lo rechazamos a Él y sus enseñanzas, cerramos las puertas y Lo escondemos en el rincón más profundo y más oscuro de nuestro corazón.
Pero podemos remediar esto, o al menos, ofrecer algo de consuelo a este dolor: estamos llamados a una conversión profunda, una metanoia de nuestro corazón y nuestra mente. Estamos llamados a convertir nuestro corazón de piedra en corazón de carne.
Podemos consolar el dolor de nuestro Señor y de la Virgen, ofreciendo oraciones, sacrificios y penitencias por la Iglesia, el mundo y por toda la humanidad.
Imaginemos, entonces, que estamos ante una versión viviente de la Piedad de Miguel Ángel y oramos así:
"Santísima Madre de Dios! Oh Señor Jesucristo, nuestro Redentor! Recibidnos en vuestros Corazones y redimidnos en vuestro sagrado dolor, para poder serviros con un corazón cálido y valiente. Madre querida, ayúdanos, para que nuestro amor sea grande y fuerte. Amado Señor, perdónanos el dolor que te causamos a Ti y a tu Santa Madre. Amén."
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