“Mira que estoy a la puerta y llamo: si uno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).
¿Qué significará abrir la puerta para que Jesús de verdad pueda entrar a cenar con quien lo recibe en la Sagrada Comunión?
Abrir la puerta significa –por supuesto- no estar en pecado mortal y haber cumplido con el ayuno requerido.
Pero abrir la puerta también significa tener plena fe y confianza en Él y, por tanto, entregarse totalmente a Su Voluntad. Si nos falta alguna de esas condiciones (o la fe, o la confianza, o la entrega a Su Voluntad), no estamos abriendo bien la puerta a Jesús que quiere entrar para que cenemos juntos.
Jesús desea que creamos con toda seguridad de que lo que parece hostia, no es hostia, sino que es Él mismo. Y Él desea que si creemos, le tengamos plena confianza. Porque, al tenerle confianza plena, podemos entregarnos a lo que Él desea para nosotros y lo que Él desea de nosotros.
También quiere que vayamos eliminando todas las cosas que nos impiden amar a los demás como Él nos pide que los amemos: fuera venganzas, envidias, resentimientos, faltas de perdón…aunque éstas sean sólo de pensamiento o de deseo.
Porque recordemos que también nos ha dicho: “Cuando presentes tu ofrenda al altar, si recuerdas allí que tu hermano tiene alguna queja en contra tuya, deja ahí tu ofrenda ante al altar, anda primero a hacer las paces con tu hermano y entonces vuelve a presentarla” (Mt. 5, 23-24).
Y Él insiste, pero no nos forza, ni siquiera empuja la puerta: sólo toca y espera que le abramos para recibirlo con el corazón abierto de par en par.
Cuando nos presentan la Hostia Consagrada y decimos “Amén”, Jesús quiere que ese Amén signifique que aceptamos en todo Sus deseos, Su Voluntad, Sus planes para nuestra vida, lo bueno y lo que creemos malo, la salud y la enfermedad, lo agradable y lo desagradable … todo lo que Él permita para nosotros lo aceptamos, diciendo “Amén”.
Y Él desea que esa entrega a Su Voluntad sea constante y permanente, pero que además vaya creciendo, creciendo con cada Comunión, con cada “Amén” que decimos al recibir el Cuerpo de Cristo.
Y mientras va creciendo esa entrega, mejor es la Cena que compartimos con Jesús y mayor será la unión con Él.